Habíamos viajado 9 horas en dos
canoas desde el distrito de Papaplaya. Quizá sea el rincón más alejado de la
región, a un día de la frontera con Ucayali, un lugar inaccesible, apartados de
la modernidad para estar más cerca del mismo paraíso o la tierra prometida. Nos había dado la lluvia más de 4 horas, nos
dijeron que solo sería 6 horas, pero por el mal tiempo, fueron más. Los guías
que eran dos adolescentes Shawis parecían dejarnos a la intemperie como
perdidos en los charcos prehistóricos, a parecían como los Los Moshis (guardianes del bosque) sentados en su canoa,
esperándonos y riéndose de nosotros. “Por aquí es”-decían. Prendían su
pequepeque y nos adelantaban.
Esas tierras y bosques que
ahora visitábamos, queríamos mis estudiantes y yo, aprendiéramos algo del
pueblo Shawi sus costumbres, sus
tradiciones, su idioma y sabiduría ancestral. La idea de visitarla la tuve a inicios del
2013, cuando supe del lugar a donde iba
a trabajar como maestro en el Bajo Huallaga. Cuando llegué al distrito, casi nadie tenía
información sobre ellos, es más, parecía haber una especie de tema tabu o de
indiferencia de los estudiantes y de la comunidad, incluso hasta cierta forma
despreciativa al referirse a ellos por su comida, por su manera de ser y su
idioma, por su carne ahumada a veces mal oliente cuando traen a la ciudad para
venderla, o porque eres un nativito o un “primo”, no un Señor Tangoa o un señor Machahuachi o
Wiñapi. Incluso en los discursos oficiales de las autoridades locales muy poco
se los menciona, al menos en el sentido de reconocimiento y afirmación de una
identidad de pueblo, de la que deban sentirse orgullosos. Probablemente por
desconocimiento de su propia realidad, al no saber el valor, la riqueza que
tienen y su responsabilidad de conservarla, de hacerla que viva, promoverla
para que se desarrolle y se manifieste como cultura que sabe de bosques, de
animales, de aguas, de las animas de los árboles.
Visitar su pueblo requiere
tener espíritu de aventurero y de
explorador. Tienes que arriesgarte, estar dispuesto a sufrir los peores embates
de la naturaleza como las lluvias torrenciales con los relámpagos que te caen
por la espalda, cruzar lagunas de aguas oscuras, quebradas con palos inmensos
cruzados de orilla a orilla, haciendo que nuestras canoas sean alzadas en
hombros para esquivarlos o hacerlos hundir por debajo de los troncos y hacerlos
a aparecer por arte de magia en medio de las quebradas o de las lagunas. Llegar
a su pueblo es una odisea, volver es
peor todavía, porque nos tomó 12 horas, porque nos arriesgamos a volver solos.
Nos perdimos en la noche, en ese laberinto de riachuelos y cochas, donde
nuestros estudiantes empezaban a desesperarse y echarse la culpa unos a otros, era
mejor no perder la calma, eso lo sabía la profesora Eva Ushiñahua. Es
preferible mirar el fluir silencioso y casi imperceptible del agua para
orientarse y dejarse llevarse por ellas-eso dijo Angello, hijo de pescador de
ríos y cochas- porque todas las aguas de los ríos van a dar al mar, en este caso el Atuncocha y al río
Huallaga, nos salvó.